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    Albañil de la casa nueva para la viuda y los huerfanos. Safrero solitario y triste. Tu nombre no esta escrito en ningún libro. Tu nombre es un hacha, un martillo. Nadie sabe de donde vienes. Pero llegas con el trigo y con el agua. Con las frazadas y la guitarra. Con el sol y la whipala.

  • Dejemos de pedir disculpas..

    ''DEJEMOS DE PEDIR DISCULPAS POR HABER TENIDO UN DELINCUENTE EN NUESTRAS FILAS... ELLOS NO TIENEN NI UN HONESTO'' alejandro dolina.

jueves, 20 de julio de 2017

Roque Dalton. Correspondencia clandestina (1973-1975)

Un ensayo Castellanos Moya, escritor salvadoreño y una de las voces más poderosas de la literatura latinoamericana contemporánea, revela al Dalton doméstico de la clandestinidad a través de una correspondencia familiar hasta el momento inédita. El trabajo fue publicado originalmente en la revista web “Iowa Literaria” y este extracto fue cedido por el autor a Brecha. Las cartas las encontré por casualidad en los archivos de la familia Dalton. Yo había viajado desde Iowa City hasta San Salvador con un objetivo preciso: Juan José y Jorge, los hijos y herederos del poeta Roque Dalton, me habían autorizado a revisar los archivos de la familia en los que yo esperaba encontrar la primera versión y los cuadernos de notas del último capítulo de la novela Pobrecito poeta que era yo (Educa, Costa R...

La Bolivia de Evo y de Alvaro

Por Emir Sader
Llego de nuevo a Bolivia, pero no está Evo esta vez. Fue a Nueva York, a asumir la presidencia del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Ni más ni menos. El indio presidente de Bolivia, ese país que solía estar junto a Haití, a Honduras, a Paraguay, entre los más pobres y desesperanzados del continente, hoy es el que más crece, con estabilidad política, con promoción de nuevas capas sociales y étnicas para dirigir el país desde el gobierno.

Hace ya casi doce años yo vine para la primera campaña electoral de Evo y de Alvaro. Una dupla sorprendente, de sueño, que se aventu
raba a disputar las elecciones presidenciales en el país indígena que nunca había tenido un presidente indígena.

Conforme se terminaba la campaña iba quedando claro que ellos iban a ganar. Había dudas sobre si ganarían en primera vuelta, incluso porque varios cientos de miles de bolivianos no iban a poder votar, porque una extraña legislación impedía votar a los que no lo habían hecho en la elección local anterior y no se habían inscrito de nuevo, porque no tenían la información sobre ese requisito.

Pero el conteo de los votos rápido no dejó ninguna duda. La ventaja respecto a todos los candidatos blancos de la derecha tradicional era amplia. El pueblo salía a las calles a celebrar. Una indígena decía a los periodistas extranjeros: “Antes ustedes venían porque nosotros tumbábamos gobiernos. Ahora vienen porque nosotros hemos elegido un gobierno nuestro.”

Alvaro recibió a la prensa en un hotel de La Paz, mientras intentaba convencer a Evo de venir desde Cochabamba, donde él celebraba con sus amigos y compañeros, a presentarse a la prensa y a hablar al país como nuevo presidente de Bolivia. Evo vino, habló y volvió a estar con  su gente.

Fuimos con Alvaro a El Alto, el pueblo plebeyo cercano a La Paz, a festejar con la gente, que exhibía una alegría contenida por tanto tiempo de lucha y de sufrimiento. Fueron varios años desde la “guerra del agua”, desde que fueron tumbados varios gobiernos neoliberales hasta esa indescriptible alegría de tener a uno de los suyos para gobernar a Bolivia.

Volví para la toma de posesión, que se realizó en la ciudad indígena más antigua de Bolivia, Tihuanaco. Por la mañana, Evo llegó a la casa de Alvaro, de jeans, trayendo refrescos, para que comiéramos con empanadas, antes de salir para la investidura. Conforme avanzábamos por la carretera, la gente que caminaba hacia el local de la ceremonia descubrió que Evo estaba en una de las dos combis en que las que íbamos. El tuvo que bajar varias veces, para hablar con las personas, saludarlas, recibir sus abrazos.

Cuando llegamos, Evo nos dejó y fue a cambiarse. Yo fui a la fila de enfrente de la inmensa multitud y me encontré con Galeano, con quien asistimos juntos a la ceremonia. Evo reapareció vestido como un dios indígena, por las ropas, por los que lo cercaban, por el cielo lindo y por las ruinas que formaban el escenario imponente.

Antes de la toma de posesión en el Palacio Quemado, el palacio presidencial, una gran cantidad de indígenas limpiaron la plaza para que su presidente entrara ahí y se dirigiera al país. Al día siguiente de la ceremonia indígena, Evo tomó posesión formal y colocó la bandera indígena, la whipala, a la altura de la bandera tradicional de Bolivia, mostrando que una nueva era se iniciaba en el país.


Más de una década después Bolivia es otro país bajo la dirección de Evo y de Alvaro. No solo las caras de los que la gobierna cambiaron radicalmente, sino el mismo país es otro. De ser uno de los países más pobres del continente, se ha vuelto el de crecimiento más sostenido. De ser un país con exclusión social, se ha vuelto un país que incluye a todos, país donde no hay más analfabetismo, donde más de la mitad del Congreso está compuesto por mujeres, no como resultado de alguna ley, sino como resultado de la promoción social de la mujer boliviana, mayoritariamente indígena.

A 75 años de la muerte de Miguel Hernández


La poesía es respirar por la herida. Los grandes ojos azules permanecen abiertos. Ya no parpadean más, desde las 5.30 de la madrugada del 28 de marzo de 1942, en la enfermería del reformatorio de Adultos de Alicante, adonde lo recluyó la siniestra dictadura de Francisco Franco. Miguel Hernández murió a los 31 años, con los ojos abiertos, tras una terrible agonía a causa de
una tuberculosis, hace 75 años. La noticia –entonces– corrió como reguero de pólvora por la cárcel. Llevado a hombros de compañeros y con el resto formando en el patio de la prisión, a los sones de una marcha fúnebre interpretada por músicos presos, el austero ataúd de pino con los restos mortales del autor de El rayo que no cesa, Viento de pueblo y Cancionero y romancero de ausencias, entre otros, fue conducido hasta el cementerio. “Que mi voz suba a los montes/ y baje a la tierra y truene,/ eso pide mi garganta/ desde ahora y desde siempre”, cantaba el poeta en “Sentado sobre los muertos”, poema en el que declara su compromiso irrevocable a favor del pueblo, a quien desea defender “con la sangre y con la boca”.
La cuestión de los ojos abiertos no es un arrebato lírico ni un exceso de la imaginación con el que se intenta revestir de una épica el momento de la muerte. En el parte que redactó el oficial de enfermería Francisco Núñez aclaraba que “el haber salido el cadáver con los ojos abiertos ha sido debido a no poder cerrárselos por medios naturales, según me manifiesta el médico auxiliar recluso”. El jefe de servicio, en un nuevo parte, esta vez dirigido al director del centro penintenciario, explicaba que el médico auxiliar Angel Payá le relató que los enfermeros probaron cerrarle los ojos y que incluso “él mismo intentó más tarde hacerlo, no habiéndolo conseguido por tratarse de un enfermo que tenía el hábito de dormir con los ojos abiertos”. Hernández padecía una exoftalmia provocada por un problema de tiroides que le impedía cerrar los ojos incluso cuando estaba dormido. Hay un célebre retrato del poeta con los ojos bien abiertos realizado en la cárcel de Alicante por el dramaturgo Antonio Buero Vallejo (1916-2000), que fue su compañero de celda.
“Yo, animal familiar, con esta sangre obrera”, se definía Hernández en el poema “El hambre”, inscribiendo su pertenencia a una clase social humilde y trabajadora. Aunque su familia no vivía en la pobreza extrema, desde niño tuvo que ayudar a su padre en las tareas de pastoreo en Orihuela, la ciudad donde había nacido el 30 de octubre de 1910. “He tenido una experiencia del campo y sus trabajos penosa, dura, como la necesita cada hombre, cuidando cabras y cortando a golpe de hacha olmos y chopos; me he defendido del hambre, de los amos, de las lluvias y de estos veranos levantinos inhumanos de ardientes. La poesía es en mí una necesidad y escribo porque no encuentro remedio para no escribir –planteaba el poeta en La poesía como arma–. La sentí, como sentí mi condición de hombre, y como hombre la conllevo, procurando a cada paso dignificarme a través de sus martillerazos. Me he metido con toda ella dentro de esta tremenda España popular, de la que no sé si he salido nunca. En la guerra la esgrimo como un arma, y en la paz será un arma también aunque reposada. Vivo para exaltar los valores puros del pueblo, y a su lado estoy tan dispuesto a vivir como a morir”.

“Quiso hacer un socialismo distinto”

El cineasta fue amigo personal de Salvador Allende y decidió filmar las últimas horas del asesinado presidente chileno como una ficción basada en “la trascendencia de un hombre que elige un momento clave en su destino y decide morir para vivir”, según confiesa.
La imagen del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, protagonizado por el dictador Augusto Pinochet contra el gobierno democrático de Salvador Allende, nunca se le borró de la memoria a millones de ciudadanos chilenos. Tampoco nunca se le esfumaron sus recuerdos recurrentes al prestigioso cineasta Miguel Littin, quien desde los 60 era amigo personal del hombre que logró la llegada del socialismo al poder por la vía del voto. Al momento de producirse el golpe, Littin era director de la productora estatal Chile Films. Fue un cargo que ocupó durante toda la gestión de la Unidad Popular (1970-1973). En su exilio en México y España, los años pasaron para Littin. Sin embargo, siempre le venía ese momento doloroso a la mente. Y lo obsesionaba contar cinematográficamente cómo habían sido las últimas horas del presidente Allende en el Palacio de La Moneda, más allá del hecho político. Se lo preguntaba más bien desde “la trascendencia de un hombre que elige un momento clave en su destino y decide morir para vivir”, según dice el director chileno, en diálogo con Página/12. Quería contarlo “de una manera cotidiana, desde un ser humano, no como héroe del Olimpo”, agrega. El resultado es Allende en su laberinto, que se proyectará hoy a las 20 en el estudio del artista plástico y docente de pintura Alberto Morales (Humahuaca 3857). La avant première será más bien un encuentro íntimo: la capacidad del lugar es limitada y sólo puede accederse por reservas al mail estudioalbertomorales@gmail.com.

LA BATALLA POR LA CULTURA

“Cuando hablamos de culturas, ¿de qué estamos hablando?, ¿qué significa hablar de cultura?, décadas atrás la palabra y el concepto cultura estaban referidos a la acumulación de conocimientos y de lecturas, de una especie de enciclopedismo, algo pedante, y se hablaba de la cultura como eso, como la acumulación casi inerte y pasiva de un conjunto de saberes, por lo general, especializados y, por lo general, elitistas.



La cultura, evidentemente, es lectura, aunque no es únicamente eso, los saberes, las lecturas, el teatro o la capacidad de discernir una buena sinfónica es parte de la cultura; pero no es únicamente eso.


Posteriormente, hubo otra lectura de la interpretación de lo que es la cultura, la cultura como tradición, como hábito, frente al elitismo casi pedante al que se reducía anteriormente la cultura, vino esta otra contraparte que buscaba incorporar la herencia y lo popular dentro de la definición de cultura y ciertamente la tradición es cultura, ciertamente, los hábitos y las herencias acumuladas de antiguas generaciones y que nos llegan a hoy forman parte de la cultura, pero no es únicamente eso la cultura, la cultura desborda eso.